Ciudad por ciudad, viajaba cada mes de un lugar a otro, viendo todos los paisajes que podía y deseaba. En mi coche solo llevaba una maleta en la parte de atrás y una bolso no muy grande de viaje en el asiento del copiloto; lo cierto es que no me gusta mucho conducir, pero lo soporto. Cada treinta y un días paso tres horas en la carretera con el mismo casete de música, en mi coche azul celeste un tanto viejo y me dirijo a una ciudad que nunca he visto, me instalo en un hotel lo más barato posible, dejo mis cosas y salgo a conocer ciudad. Ya con 26 años y esto lo empecé hace dos, llevaré vividas más de ochenta horas así conduciendo. Pero no fue por el cansancio de esas horas ni porque se me estuviesen gastando los recursos por los que costearlo todo por lo que terminé.
Era mi primer día en Los Angeles y por tradición fui a un restaurante fino para después dedicarme a comer entre McDonald y Pizza Hut. Llegué a un italiano a las a fueras poco lleno pero tenía buena vista. Pedí unos macarrones 4 quesos, mis preferidos, y una fanta de limón.
En la mesa de en frente tenía a un chico también solo, me di cuenta que me miraba demasiado. Cuando pedí el postre me dijo:
- ¿Me das un poco?
- No te conozco...
- ¿Que más da? Ya me conoces, soy Jim.
- Yo Levin -se acercó a mi mesa y se sentó. No sé si será un loco, pero por la primera impresión no lo pareció -. Coge.
- Si, muy rico, lo cierto es que me encanta el helado de aquí, aunque prefiero el chocolate a la vainilla, Levin. - sonrió, sonreí. Tiene los ojos claros y pequeños, un poco tristes, porque el rabillo tira hacia abajo.
- Bueno señorita, y ¿qué haces por aquí? Nunca te había visto, y suelo pasar mucho -todo lo dice con una sonrisa en la boca, hace que alguien que nunca haya hablado con él se sienta cómodo.
- Acabo de llegar, vengo de San Francisco.
- ¿Y eso? Yo nunca he salido de esta ciudad.
- Viajo mucho -ya nos acabamos el helado y le hice un gesto al camarero para que me tragese la cuenta. De repente se empezó a reír, descontroladamente, todo el restaurante nos estaba mirando-. ¿Te pasa algo?
- Que no te voy a dejar que pages tú, casi hemos comido juntos, porque te he estado mirando todo el tiempo.
- Bueno, no que quejo.
Salimos de aquel sitio y yo fui en dirección a mi coche. Él seguía en la puerta quieto hasta que yo llegué y abrí mi chatarra.
- ¿Ya te vas señorita? - gritó con los brazos abiertos en alto.
- Lo siento, pero es que tengo que ir a buscar hotel. Ya nos veremos - entré en el coche, fui a arrancar pero me di cuenta de que venía corriendo, así que bajé la ventanilla.
- No te lo permito. Acaba de irse mi compañero de piso y hay una habitación libre, ¿te gustaría ocuparla? - abrió los ojos y juntó las manos de forma que parecía que me lo estaba rogando.
- Hace quince minutos que te conozco.
- ¿Y qué? ¿No te he parecido simpático?
- Sí, sí, pero me enseñaron a no irme con desconocidos.
- Y a mí que no hablara con ellos.
- ¡Pues has sido tú el primero que ha roto la regla! -empecé a reírme otra vez a gran volumen.
- ¿Y tú no quieres ser la segunda? - me guiñó un ojo y se acercó más.
- Me tengo que ir, ya nos veremos.
- ¿Ni me das tu número? Así cómo nos vamos a ver.
- Prefiero que tú me encuentres.
- Ese será mi reto de la semana, de acuerdo.
- Ya nos veremos Jim.
- Hasta pronto señorita.
Y no se cómo pero me encontró.
Desde ese día nos hemos visto los 20 que llevo aquí, nos hemos conocido a fondo. Le gustan los caramelos de limón, toca la guitarra, odia Halloween por una anécdota de pequeño y le encanta el sonido de mi voz. Cuando toca para mí, siempre se para a colocarme el mechón de mi pelo oscuro que se me cae detrás de la oreja para verme mejor mis ojos azules y yo le remango la camisa acercándome por detrás porque le da mucha rabia cuando se le cae y si no lo hago deja de tocar. Hemos ido a cinco conciertos juntos, a los grupos que a él le gustan y a mis cantantes preferidos. Fuimos amigos, pero un día alguien tocó a mi puerta, me pareció raro porque había tormenta y no había casi nadie en la calle. Entonces apareció él, empapado y con una bolsa, vestía una camisa blanca con los tres primeros botones desabrochados de forma que se le veía parte del pecho.
- Hola señorita, he estado pensando todas las horas en ti y que quiero que estés conmigo, por las noches no quiero estar más solo, y no hay mejor compañía que la tuya. Cuando te enseño la ciudad me encanta hacer de guía para ti. Cuando ríes, cuando te enfadas, cuando saltas y cantas como una loca y no hay quien te saque de tu mundo. Me encanta quedarme mirándote como el día que nos conocimos, comer helados contigo y llamarte señorita. Me alegra no haberte dejado escapar aquella vez, y no quiero hacerlo ahora. Dame una oportunidad, y trataré de hacerte feliz.
- Jim...
- Y si no, bueno, no sé por qué he dicho esto, no me hagas caso, Lev... -sin dejarle terminar la frase salté sobre él y le hice entrar en casa. Me dejó en el sofá y me obligó a que me fuese a vestir a mi cuarto y que no saliese por nada del mundo.
Fui y no sabía que ponerme, no suelen pasarme cosas así y no tenía ropa para la ocasión, pero entonces recordé, el único vestido que me serviría, de gasa rojo y vaporoso, nunca lo utilicé, no sé para que ni me lo compré pero era perfecto para ese momento. Me vestí, me maquillé, natural, y me peiné con el pelo al aire.
Hasta que Jim me llamó para que saliera, las luces estaban bajas y en la mesa de comedor había dos platos de macarrones como los del restaurante italiano, él sabía que eran mis preferidos.
- Siéntate -y la vi, la pequeña Torre Eiffel entre los dos platos, le había dicho que el único sitio que realmente siempre había deseado visitar era París-. No me tienes que decir nada sobre lo de antes, después te decidirás, se que esas cosas se tienen que pensar bien, te lo he dicho muy de golpe.
- No me tengo que pensar nada, Jim -es cierto que me había sorprendido, pero lo he pasado tan bien con él este tiempo, mejor que con nadie-, ¿comemos?
- Sí -tuvimos un silencio, solo mirándonos a los ojos y sin ningún movimiento-, claro.
- No me tengo que pensar nada, Jim -es cierto que me había sorprendido, pero lo he pasado tan bien con él este tiempo, mejor que con nadie-, ¿comemos?
- Sí -tuvimos un silencio, solo mirándonos a los ojos y sin ningún movimiento-, claro.
Y comenzamos, hablamos de cualquier cosa, se nos pasó el tiempo corriendo y de postre tuvimos helado de vainilla, con las cosas de colores que tanto me gustan.
- ¿No crees que son un poco infantiles?
- ¡No! Que a mi me encantan.
Cuando terminamos le dije que ya se tenía que ir y lo acompañé a la puerta.
- Levin, se me olvidaba -sacó un casete de la bolsa que traía-, tiene todas las canciones que hemos escuchado en los conciertos, y también algunas que grabamos con mi guitarra.
- Mejor no te vayas, quédate esta noche -le hice entrar de nuevo y sentarnos en el sofá-, es para mis viajes en coche, ¿verdad?
- Sí, para que cuando te vayas, no te olvides, se que ahora no podemos ser nada, porque te irás y yo seguiré aquí.
- ¿Por qué no te puedes venir conmigo? -me encantan mis viajes, no me podría quedar en ningún sitio mucho tiempo, me agobio con facilidad- iríamos los dos, escucharíamos este casete, verías muchos sitios...
- Para. No puedo estar de un lado para otro siempre, yo quiero vivir y tener una familia, algo más serio.
Me lo llevé a mi dormitorio y nos tumbamos en mi cama para estar más cómodos y poder hablar.
- Entonces, ¿qué vamos a hacer? -le dije.
- Tú eres quién se tiene que decidir, señorita.
No dijimos nada más esa noche, nos quedamos callados y pensando en lo que pasaría después. Yo estoy segura de que me dormí antes que él, lo conozco lo suficientemente bien para saberlo, se preocupa mucho por todo.
Al día siguiente me iba de nuevo y no había vuelto a ver a Jim desde aquella mañana, prácticamente no nos dijimos nada, no es incómodo con él, el silencio tiene su significado, pero ahora ese silencio me da vueltas en la cabeza. Tenía que volver a verlo antes de irme, no podía marcharme sin decirle nada, así que fui hacia su casa, pero antes de tocar a la puerta estuve un rato escuchándole, tocando la guitarra, era nuestra canción: Drive By, de Train. La letra cuenta que una chica se quiere apartar del chico, pero él siempre estará ahí y no la va a dejar escapar. Muy relacionada con nosotros. Acabó de cantarla y empezó con Shut Up-Simple Plan. Fui a llamar pero me di cuenta de que estaba abierta así que entré.
- Con que quieres que me calle, ¿no? - le dije refiriéndome a la canción.
- Eh, ¿qué? No, no te había escuchado llamar.
- La puerta estaba abierta -me fui acercando y me senté junto a él pero se levantó y fue a la cocina, entonces le seguí.
- ¿Quiere un café, Levin?
- No gracias, ¿ya no me llamas señorita?
- Claro -se le notaba que se estaba poniendo nervioso porque se le derramó el café de la taza, pero hizo como si nada y siguió-. Bueno, ¿y qué vas a hacer?
- Hoy mismo me voy a Seattle.
- Entonces esto es el adiós. Te sigo diciendo lo que me quedé con ganas aquel día. Me has dejado conocerte más que a mi mismo, y no soy de los que están confusos con su manera de ser. Gracias señorita.
- Ojalá pudiésemos estar más juntos.
- Sí. Bueno, pues por último te deseo que alguna vez vayas a París.
- Gracias Jim, allí sería el único sitio en el que no me agobiaría, podría quedarme toda mi vida allí.
- ¿Y por qué no? -en ese momento se le iluminó la cara y volvió a mirarme a los ojos como antes- ¿Por qué no nos vamos los dos allí? Estaríamos a gusto. Tú podrías ver la Torre Eiffel, y yo viviría en un lugar fijo, justo lo que los dos queremos.
- De acuerdo, Jim.
- Señorita, vámonos.
Llegamos a París, ¡a París! Cuando bajé del avión no me lo creía todavía, había esperado tanto estar allí. No me lo pensé más y fui hacia Jim.
- Ya estamos, señorito.
- No me llames señorito, tú eres la señorita.
- Vale -me reí a mi carcajada de antes, desde aquellos días no me reía así-. ¿Y ahora qué hacemos?
- Nada.
Se acercó a mí y me besó en la frente, creo que ya había entendido mi respuesta a todo lo que me dijo. Simplemente yendo allí con él.
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